Desde pequeña siempre tuve claro a lo que me quería dedicar (bueno, más o menos) y eso pasaba por el mundo de la publicidad, el diseño… hasta llegar hasta donde estoy y soy.
Me he formado entre formas, colores y tipografías. He aprendido a crear identidades visuales, a darles coherencia y sentido, a convertir algo abstracto en algo tangible. Pero a lo largo del tiempo, me he dado cuenta de que, al construir identidades para otros, he olvidado la mía.
El diseño, que antes era mi forma de expresión, se ha convertido en un espacio donde ahora me pierdo. Mientras ayudo a otros a encontrar su voz visual, la mía ha quedado diluida en la urgencia de entregar, en la presión de la productividad, en la constante búsqueda de algo perfecto que, irónicamente, nunca llega. Y mira que me siento afortunada por trabajar donde trabajo (y créeme que en Apolo, Propulsora de Marcas me cuidan como nadie ❤️)
Esto es una cosa mía, de mis mierdas, de mis demonios. Y me pregunto si, en mi afán por crear para los demás, he dejado de crear para mí. ¿Quién soy cuando dejo de ser diseñadora? ¿Qué hay de mí fuera del trabajo?
La paradoja de la identidad
Vivimos en un mundo donde nuestra identidad está cada vez más ligada a lo que hacemos, a nuestra profesión. “Soy diseñador”, “soy programador”, “soy fotógrafo”. Pero, ¿realmente somos lo que hacemos? Si dejo de diseñar, ¿dejo de ser quién soy? ¿Es mi trabajo lo que define mi existencia, mi propósito o soy algo más allá de eso?
El hustle culture nos ha vendido la idea de que nuestro valor depende de lo que producimos. Que si paramos, fracasamos. Que si no estamos creando, nos estamos quedando atrás. Y es fácil caer en esa trampa, sobre todo en profesiones creativas, donde la línea entre pasión y agotamiento se difumina peligrosamente (y te lo digo yo, que ahora soy madre y teletrabajo).
El diseño no solo es un trabajo, es una forma de entender el mundo. Pero ¿qué pasa cuando esa forma de entender el mundo se convierte en una prisión? Cuando la identidad visual, esa que creamos para otros, se convierte en un reflejo de lo que somos, pero ya no sabemos quiénes somos fuera de esa construcción predeterminada.
El diseño nos enseña a ver lo que hay detrás de una imagen, a entender sus componentes, sus matices, su contexto. Pero yo, como diseñadora, he olvidado los matices que componen mi propia identidad. La he reducido a lo que produzco, a lo que entrego, a lo que se ve. Y he olvidado lo invisible: mis emociones, mis pasiones, mis deseos.
¿Qué hay más allá del diseño?
Hay algo filosófico en esta reflexión. ¿Cómo podemos crear algo si no sabemos quiénes somos? ¿Cómo podemos darle forma a una identidad visual si no conocemos las nuestras? Es una contradicción que me atormenta. Me dedico a crear imágenes que representan a otros, pero no soy capaz de rescatar la mía. Y al mismo tiempo, me pregunto si existe una sola identidad o si, como diseñadores, somos múltiples, como un logotipo que evoluciona según el contexto, pero sin perder su esencia.
Pero ¿es posible encontrar ese equilibrio? ¿Es posible ser diseñadora y, al mismo tiempo, ser una persona completa, que no depende de su trabajo para sentirse realizada? Si no soy mi trabajo, entonces, ¿quién soy? Y si soy más que eso, ¿cómo redescubro lo que me hace única?
El reto de reconectar con uno mismo
Estoy en un proceso, uno que no tiene una respuesta clara, ni una meta próxima pero que tiene que ver con reconectar y volver a los orígenes. Encontrarme.
Con recordar que mi identidad no está solo está en el diseño, sino en mis vivencias, en mis pasiones y en mi capacidad de escucharme a mí misma. En que soy alguien más que señorita serifa.
Es un proceso largo, donde cada día es una nueva oportunidad para redescubrirme y encontrarme de nuevo. Y aunque me dedique a crear identidades, quiero aprender a redescubrir la mía propia, no solo de forma profesional, sino de forma personal. Porque sé que está por ahí, en alguna parte. En esa niña que quería ser escritora, arqueóloga o astronauta…
Porque al final, el diseño es solo una parte de mí. Lo que soy, lo que vivo, lo que siento… eso es lo que realmente me define.
Así que me estoy obligando (sí, obligando) a desconectar. A dejar el ordenador y salir a caminar sin sentir que pierdo el tiempo. A disfrutar de una serie sin pensar en el próximo briefing. A estar con mi familia sin mirar el móvil cada dos minutos. A recordarme que mi creatividad no depende de estar produciendo 24/7, sino de tener una mente descansada.
Porque quiero volver a disfrutar de mi profesión sin que me consuma. Y si tú también te sientes así, si en algún momento has sentido que has dejado de ser tú para convertirte solo en tu profesión, te invito a compartirlo. Tal vez podamos ayudarnos a recordar quiénes éramos antes de perdernos en el diseño.
La verdadera identidad no se diseña, se vive.
Gracias por estar tras la pantalla ❤️