Hubo un momento —no tan lejano— en el que tener tiempo libre significaba, literalmente, estar libre. Sin notificaciones, sin listas infinitas de cosas por hacer, sin la sensación de estar siempre dejando algo sin hacer. Pero desde hace un tiempo sospecho que hay una amenaza invisible acechando mi descanso. Un ente camuflado de herramienta útil, de conexión constante, de eficiencia.
Spoiler: es mi móvil.
Y el iPad.
Y el portátil.
Y el reloj.
Y sí, Oye Siri… que dice que quiere ayudarme.
No soy paranoica.
Solo soy diseñadora.
Y como diseñadora no puedo evitar ver los hilos. Detrás de cada microinteracción hay una intención. Cada notificación tiene un guión. Cada diseño de app, cada scroll infinito, cada badge rojo que se niega a desaparecer… no está ahí por casualidad. Está diseñado para atrapar. Para estirar el tiempo como si fuera chicle. Y lo más peligroso: para disfrazarse de ocio, cuando en realidad está saqueando mi descanso.
🌀 La multitarea del descanso
Mi tiempo libre ya no es libre: es productivo. O al menos, eso me han hecho creer. Si estoy viendo una serie, ¿por qué no aprovechar para contestar unos correos? Si estoy leyendo, ¿por qué no subrayar para luego hacer un post? Si estoy cocinando, ¿por qué no escuchar un podcast de desarrollo personal?
Mi descanso se ha convertido en una extensión del trabajo. En una segunda jornada laboral, esta vez no pagada. Y aunque todo parece elegido libremente, sabemos que no es del todo cierto. La presión de estar siempre activa, visible, en movimiento, se cuela incluso en mis momentos de desconexión. ¿Desconexión de qué, si nunca me desconecto?
👻 La interfaz como espectro
Las interfaces ya no son neutras. Nos interpelan, nos empujan, nos tientan. El diseño persuasivo ha dejado de ser una tendencia para convertirse en una trampa omnipresente. Y lo peor: lo hace con tacto, con colores suaves, con tipografías amigables. Parece que quiere ayudarte, pero en realidad quiere engancharte.
Y claro, nosotras también diseñamos. Y sabemos —con cierta culpa— que muchas veces contribuimos a esto. Creamos fricciones “positivas”, diseñamos para la retención, usamos patrones que hemos aprendido a base de test A/B. Y de pronto, sin querer, estamos diseñando cárceles suaves, perfectas para que nadie quiera (o pueda) salir.
🧭 ¿Y ahora qué?
No tengo una solución. No voy a cerrar todas mis cuentas, ni tirar el móvil al mar. No tengo el privilegio ni el deseo de desaparecer del todo. Pero sí tengo algo: conciencia. Una sospecha incómoda que me acompaña cada vez que abro una app “sólo para mirar algo rápido”.
Quizá el primer paso sea ese: reconocer que el descanso también necesita diseño. Un diseño intencional, amoroso, que no imite los patrones del trabajo. Un descanso sin tracking, sin objetivos, sin optimización.
Y en medio de estas reflexiones, hay una cosa más.
Una pequeña gran cosa: voy a ser madre por segunda vez.
Después de esa pérdida en noviembre, hemos tenido suerte y sí, otra personita va a llegar al mundo. Y con él (si, es otro niño 😜 ), también llega un recordatorio brutal y bello de lo que realmente importa: estar presente. No para producir, no para compartir, no para medir. Solo para estar. Para cuidar. Para vivir.
Así que no me queda otra que empezar a rediseñar (otra vez) mi relación con el tiempo.
Con el trabajo.
Con el descanso.
Porque si algo he aprendido es que el tiempo libre no se defiende solo. Hay que salir a protegerlo. Como si fuera un tesoro. O mejor dicho, como si fuera una criatura pequeña y preciosa a punto de nacer.