Hace poco vi un cuadro de Caravaggio, Baco, en una exposición perdida por Madrid (seguramente seria una copia, el original está en Italia). Un dios borracho, con uvas colgando y una mirada que te atraviesa, me dio que pensar. No era solo un tipo con vino; era el caos hecho carne, el placer y el desastre en un solo trazo. Y luego recordé a Apolo, el ordenado, el que mide cada línea, como si el mundo dependiera de ello.
Nietzsche los enfrentó en su día: lo apolíneo, puro control y estructura; lo dionisíaco, pasión y desmadre. Y yo, diseñadora en Apolo (qué ironía el nombre), me veo atrapada entre los dos cada vez que me siento a diseñar.
Hace algunos años, cuando empezaba en esto, tuve un proyecto que me marcó. Era un cartel para un festival de música local, nada del otro mundo, pero me pilló en un momento de pura locura personal: era joven, estudiante y salía mucho, mucho. Mi yo apolíneo tomó el mando: rejilla perfecta, tipografía impecable, todo en su sitio. Pero no funcionaba; era un diseño frío, como un plano de ingeniería. Entonces, una noche, con alguna copa de más y cero ganas de seguir las reglas, dejé salir al Dioniso que llevaba dentro. Compuse la mesa de trabajo con formas sueltos, colores que chocaban, caos puro. El resultado no era “correcto”, pero tenía vida. Lo entregué temblando, y el cliente dijo: “Esto es justo lo que queríamos”.
Ahí entendí que el diseño no es uno u otro; es un viaje entre las dos maneras de ver el mundo. Nietzsche los vio como polos opuestos; aun así, yo creo que en el diseño —y en la vida— son más como olas que se cruzan. Lo apolíneo te da estructura, te salva cuando el plazo aprieta y necesitas que todo encaje. En Apolo (donde curro ahora, no el dios), he hecho marcas tan medidas que podrían pasar un control de calidad militar. Pero lo dionisíaco es el alma: esa chispa que sale cuando te sueltas, cuando rompes la rejilla y dejas que el caos hable, y a veces nacen también marcas así.
Pienso en el proyecto de branding que hicimos para Campo de Gibraltar, esa marca territorial que hicimos y empezó con un informe ordenadito y acabó en un desmadre que nos sorprendió gratamente. Apolo (el dios) puso las bases; Dionisio lo hizo cantar. Y luego está Ulises, el de la Odisea, que para mí es el diseñador perfecto. Diez años perdido, navegando entre sirenas y monstruos, usando su cabeza para salir de líos y su instinto para no hundirse. No era solo orden ni solo pasión; era las dos cosas según tocara. En diseño, cada proyecto es un viaje así: empiezas con un brief (tu Ítaca), pero el camino te lleva por tormentas y cantos de sirenas que no esperas.
Hace poco, en Apolo, un cliente nos cambió el rumbo a mitad de partida. Mi lado apolíneo quería gritar, pero el dionisíaco dijo “venga, a ver qué sale”. Y salió, porque el viaje importa tanto como el destino.
No creo que seamos solo uno u otro, ni que el diseño sea solamente un destino. Somos Ulises modernos, navegando un mar que a veces controlamos y a veces nos arrastra. Hay días que me planto con mi rejilla y mis reglas, y otros que dejo que el caos me guíe, como si el diseño fuera un ritual pagano. Y está bien, porque esa tensión es lo que nos hace crecer. Si te quedas solamente en lo apolíneo, te secas; si te pierdes en lo dionisíaco, te estrellas. El truco es abrazar el viaje, con sus monstruos y sus maravillas.
Así que dime: ¿tú cómo navegas? ¿Eres más de orden o de desmadre? ¿O también te sientes como Ulises, perdido pero buscando?
Gracias por leerme ❤
Srtaserifa, qué belleza de texto: lúcido, cercano, con ritmo. Esa imagen del diseñador como Ulises me parece una joya. Nos hace falta más caos con sentido y más orden con alma.